lunes, 25 de abril de 2011

Los croissants de La Campana

¿Existe un lugar más céntrico y lleno de bullicio que La Campana de Sevilla?

Es una plaza donde convergen tiendas de ropa, multinacionales de comida rápida, la propia pastelería de La Campana, e incluso bancos y otras entidades financieras.

Entre tanto ir y venir de gente, existe una pequeña arteria en este corazón sevillano que, aunque no todo el mundo acceda habitualmente, estoy segura que todos reconocen. Se trata de una pequeña callejuela, donde se encuentra el ‘Bar Tino’, calle Capataz Rafael Franco. Pero, no me voy a referir a ese bar. Me voy a referir a otra pastelería, una pequeña pastelería a la que la imponente La Campana le podía hacer sombra. Definitivamente la pequeña pastelería tuvo que darse por vencida.

No recuerdo el nombre de la pequeña pastelería, lo único cierto es que ahora no existe. En su lugar se encuentra un bar de copas de luces de neón rosa y paredes pintadas al estilo vintage.

A menudo acudía a la pequeña pastelería a disfrutar de uno de sus croissants de jamón york y queso, su auténtica especialidad. Periódicamente acudíamos a esa pastelería para disfrutar expresamente de ese dulce casero. Pero hace algunas semanas descubrimos que la pequeña pastelería cerró.

Probablemente son muchos los motivos que pueden llevar a un pequeño comercio, tradicional, casero, cercano, a la quiebra: desde la falta de ayudas por parte del Gobierno a las PYMES, a los gigantes comerciales fruto del capitalismo abierto a la entrada de mercados internacionales.

Probablemente aquellos croissants eran mucho más deliciosos que cualquier pastelito de bolsa que dispense una multinacional, o una máquina expendedora donde los productos han de refrigerarse constantemente para aguardar dentro de ese armario hasta que alguien los solicite a través de una moneda. Es obvio que la frescura, lo natural, lo saludable, en este tipo de comercio, está abocado a reducirse en comparación con aquellos croissants de La Campana.

Al comenzar el curso, estudiábamos el funcionamiento de las empresas como sistemas. Pero, cuando hablamos de empresas, las concebimos como el imperio de magnates trajeados con dominación en distintos mercados por todo el mundo. Pero también era empresario aquel señor que durante años decidió mantener abierta su pequeña pastelería en La Campana.

Probablemente el principal problema con el que se encontró este pequeño empresario fue el propio entorno general, en el que un contexto social y económico marcado por la crisis que nuestro país arrastra desde hace varios años no favorece en absoluto la supervivencia y la salida a flote de los negocios más débiles. Por otro lado, su entorno específico demuestra que la pequeña empresa no disponía tal vez de una cartera de clientes lo suficientemente extensa, o tal vez un apoyo financiero fuerte o, lo que es más probable, una mezcla de distintos factores que hace inviable e insostenible mantener abierto el negocio.

Ante la competencia de las grandes superficies, o de los productos de alta comercialización, es necesaria la adaptación al mercado de las distintas empresas para hacer frente, para situarse en lucha, a fin de sobrevivir en los mercados. El cierre de la pequeña pastelería, en contraste con la apertura del nuevo bar de copas, es un ejemplo claro de la tendencia y el futuro de las iniciativas emprendedoras actuales, y aún más allá: de cuál es el modelo de negocio que triunfa, y cuál el que se encuentra en declive y cómo esto es también un reflejo de cambio social. Y de hábitos y costumbres: del “café en el bar”, al “salir a tomar algo”.

Hay negocios que lo logran y sobreviven a partir de fórmulas frescas y originales, probablemente la clave de toda empresa emergente, pero también hay otros negocios que sobreviven por hegemonía, por estatus, por tradición… etc., como podría ser el caso de la pastelería La Campana, a pie de calle Sierpes.

En una misma plaza convergían tres tipos de comercialización de dulces y pasteles. Uno estaba protagonizado por esta pequeña pastelería de la que hablo, que representaría al pequeño empresario, probablemente de no más de 1 ó 2 trabajadores, localista. Aquí podríamos englobar también a La Campana, superviviente hasta la fecha de este tipo de negocios, aunque con un número de personal mayor.

Por otro lado tenemos la distribución de pasteles y otros dulces que podría hacer el quiosco de prensa y revistas (en el que también se venden productos de bollylandia, por ejemplo). Que se haría eco de un tipo de distribución de una empresa nacional, gran empresa que está presente en distintos modos de distribución.

Y, en último lugar, y probablemente de forma hegemónica, tenemos la cafetería Starbucks, negocio de nivel internacional inabarcable con más de una docena de miles de tiendas en todo el mundo.

En la actualidad, el público acude en función del perfil del mismo a una o a otra, es cierto. El público joven sin apenas recursos económicos comprará una “Qcaña” en el quiosco por 1€ aproximadamente. Universitarios y población madura joven pero con recursos acudirán a Sturbacks donde una cuenta menor de 5€ es complicado si se pretende hacer una merienda completa. La población más adulta, y los sevillanos del barrio, así como el público más tradicional acudirán a la pastelería de La Campana. El turismo por su parte estará divido entre Starbucks (debido a que es conocido por ellos dada su presencia en gran parte de países) y a la pastelería de La Campana, atraídos por la cultura y costumbre sevillana, esa que se han acercado a conocer.

Sea como fuere, lo cierto es que hoy en día se hace cada vez más difícil la convivencia entre los distintos tipos de empresas (pequeñas, mediana y grandes empresas). Algunas aguantan el tirón, otras en cambio, las más pequeñas, se ven obligadas a cerrar sus puertas, como ya lo hizo la pastelería con los mejores croissants de La Campana.

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